Pasamos los días buscando lo inaplazable bajo cada dobladillo.
Conclusiones precipitadas sobre decisiones que nunca afrontamos.
Deseos inconclusos evaporados junto al alcohol de la última copa.
Una falta de sinceridad con uno mismo, incapaz de sobreponerse.
Nos designamos héroes de nuestra vida mientras orillamos la sinceridad.
Mentimos sobre aquello que se antoja y platicamos de lo que odiamos.
La tensa y apasionante relación entre el ego y la selecta cobardía.
Fuimos súbditos de un encantamiento con sabor a la yerma tierra.
Un velatorio coronado por el insomnio de la perplejidad acontecida.
Crueles testigos de la disección del alma en grotescas ramas secas.
Un cuerpo entero que se desvaneció entre tus dedos y mis dedos.
El desconsuelo de escudriñar tu espalda entre aromas entrelazados.
Los cuervos vuelven siempre sobre el lacerante frío de tu cama.
Expertos en conjurar el futuro mientras aplazamos el destino cada día.
Siete días de la semana. Siete lienzos en blanco. Siete lunas rotas.
La imaginación de la realidad.
La fecundidad del último momento.
El testimonio de una cadena de susurros.
Una sonrisa en la portada.
La imaginación de lo vivido.
Los aromas alumbrados bajo las sábanas.
La esperanza sin fin.
El testimonio de mi supervivencia.
El tesoro que ve la luz sobre su sal.
La excusa para reinventar el universo.
El sonido mesurado.
El prodigio de la realidad.
La fluidez de la anuencia.
La historia de dos lenguas.
La esquiva diáspora.
El refrescante deslumbramiento.
El bosquejo de un libro.
El pudor veteado de intensidad.
La compasión y el consuelo.
Lo que haces y no dices.
Lo que dices y no haces.
La tendencia.
La culminación.
Lo simbólico.
Lo eterno
y a la vez etéreo.