En mi hora más brillante, alcanzo a pronunciar tu nombre sin inmutarme.
La impune nostalgia que pues cargar en tu maleta sin zozobrar de dolor.
Aquella pasión que nos desbordaba nunca dejo de asustarnos a cada paso.
Aquella historia terminó arrodillándome ante la colina de los fracasos.
Calumniamos los principios de la entrega y varios versículos del amor.
Sorpresas que desconocía, pero bullían entre la piel fría como el ámbar.
Desmerezco la ausencia de tu voz. La penitencia de tus labios vacíos.
Con el tiempo, he acumulado una deuda de honor con mi corazón.
El respeto por la pasión incondicional fue un veneno que me horadaba.
Respuestas inexplicables compartidas entre silencios distorsionados.
Sigo viajando sin equipaje desde mi gruta hacia los confines de la razón.
Escarmenté con el veneno de las palabras huecas con una cicatriz perenne.
Culpa mía. Demasiadas ilusiones se desbocan en las rendijas del llanto.
Al final, tan solo me queda la fantasía como antídoto ante lo imprevisible.
Un gran momento para una tormenta perfecta que permita reinventarme.