Repaso el lienzo,
gradualmente garabateado,
que un día emergió níveo y expectante,
sin olvidar aquella sinuosa paleta de colores,
ni los pinceles que se ha quedado ajados
sobre el caballete de mis angostas memorias.
Nacieron, destinadas a conservar lo que fui,
para tratar de recordar aquello que me forjó.
Aquello que soy.
Y aquello que, aun, me gustaría ser.
Nunca fui poeta,
Tan solo un aficionado a enlazar palabras.
Un puñado de sentimientos que atormentan.
Y una minúscula bendición para entender
lo que se esconde tras los silencios y los fragmentos.
Con ellos fui tejiendo lo que soy.
Que coincide, habitualmente,
con aquello que pretendía,
o me atrevía a soñar.
Recuerdo un beso
que nunca recibí,
del que aun soy capaz de descifrar
como inventaba viento propio
con el que me erizabas la piel
y que la juventud me hurtó,
a cambio de un balón de fútbol
Y un par de fiestas desvaídas.
¿Porqué no bailamos?
¿Porqué no recuerdo tu aroma?
¿Porqué me cogiste la mano y,
en la siguiente esquina la soltaste?
¿Porqué?
Hoy compenso aquella ausencia
Con un recuerdo de lluvia
Canciones susurradas al oido
Y un frasco de ilusión.
Hoy camino solo.
Y la torpeza de la mente
me engaña,
aparentemente, adrede.
Una partitura escrita para piano y orquesta,
auspiciada por la ausencia de aquel beso.
Desafinada por la falta de las clavijas apropiadas.
No fuimos capaces de crear vida
con la fugaz razón del corazón.
Nos quedo en el aire
una conversación
bajo el influjo del alma.
Labio a labio.
Piel a piel.
Corazón a corazón.