No importa lo mal que terminamos,
si nuestra historia fue irrepetible.
Momentos impactantes que cortaban el alma surcando cicatrices.
Futuras, Presentes, o pasadas.
Historias que residen donde ellas quieren
y anidan sobre crestas indomables.
Trucos aprendidos entre las sombras,
tan largas como el hastío.
Experimenté a romper cadenas sobre el filo de la fría noche.
Ahogué las amargas llamas del aliento para sobrevivir entre dragones.
Mis propios dragones.
Me alimenté del miedo que cernían mis venas mientras se desvanecía.
Entendí el valor de la harmonía
como parte del alma que te arrancan los sueños,
cuando el viento aullaba sobre las aristas del hielo
y sangraba en silencio a modo de grito.
Nadas a bocanadas sobre estelas preñadas de sal.
Comprendes que, al final, de las batallas
bailamos al son de la música manipulada
por sutiles aprendices de brujo.
Nunca necesite escuchar un “te amo”
Plenamente consciente que se desvanece en el aire.
Aprendí, como no, a conectar lo imposible:
Lo banal.
Lo espiritual.
La mortalidad.
La resurrección.