Aun no estoy despierto de viejas alegrías.
Las guardo, celoso, en un bote de cristal
junto a unas cuentas alhajas de kiosco.
El tesoro del reino privado de Pedro.
Un solo segundo de recuerdo
extraído del fondo de ese bote
me libra de toda pesadilla
y devuelve las ganas de luchar.
Allí guardo algo que siempre queda.
El humilde origen.
Las tardes de pan y mantequilla,
un trozo de chocolate y una sonrisa.
Ni el constante martilleo de las gotas de frustración,
que algunos episodios posteriores fueron horadando.
La primera piel del despertar granado de ilusiones
fue incapaz de domeñar un poder incalculable.
Amo lo que descubro.
Cada pequeña cosa.
Con la misma intensidad
con que sueño cada día.
Al final conforman
mi universo vital.
una energía indeleble
cosida a lo imperceptible.