Mi alma te vigila.
Aprende a merodear
sobre las sensaciones que vives
y trata de compartirlas.
Traspasa tu rostro,
para disfrutar de tus sensaciones.
Destila la ingrávida tristeza
que ensalza la comisura de tu sonrisa.
Inconscientemente, cedo mis límites
a cambio de la sutileza
del sublime roce de tu piel.
De la complicidad de tu mirada.
Exploramos una intimidad translúcida.
Inerte en el tiempo e indeleble.
Sostenida en la capacidad de desear
aun en los momentos preñados de distancia.
No hay injerencia entre fronteras.
Tan solo rendición incondicional.
La genuflexión consentida
de una vocación entregada.
Al final me he especializado
en vivir como transeúnte.
Entre tu despertar y mi sueño.
y unas pocas señales sinceras.
Aprendí a resucitar entre tus brazos.
El triunfo de la carne sobre el espíritu.
La secuencia ilógica de los perfumes.
El enraizamiento de lo extracorpóreo.
El único giro que hemos adoptado
comenzó en un arabesco de tu espalda.
Y terminó, o tal vez nunca lo hizo,
en mis labios convexos y conversos.
Nunca había materializado mi espíritu,
hasta que tus manos acariciaron mi rostro.
sacaron del letargo a un beso cálido y añejo,
cargado de una sinuosa saturación.
Desintoxicaste mi conciencia,
a cambio de condenar mi deseo,
A vagar por los pliegues de tu piel.
Desembocar en la curva de tu espalda.
¿Qué hace que nos mantengamos unidos?
¿La razón o la impronta de las manos?
¿La locura o las fauces de la soledad?
La capacidad de universalizar nuestra vida.
Sin querer naufragar,
hemos reinventado la lucidez.
Jugamos a tientas y a ciegas
entre los bordes de la locura.