Hay un destino para cada historia que vivimos.
Ahora, no tengo tan claro que, en el momento
en que iniciamos una segunda, o tercera,
no estemos lastrados por nuestro propio destino.
Gruñimos desesperados ante un ejemplo indeseado.
Testimoniamos la derrota de los abanderados renegados.
Tenemos pánico a la palidez de la tarde silente.
A que las cartas recibidas no tengan remite.
Temblamos ante la pérdida de la llave
que nos deja encerrados entre cuatro paredes.
A que los muertos vuelvan o nunca se vallan.
A que mis memorias sean comedia y no prosa.
A que resplandezcas y no pueda estar allí.
Que una flecha me quite la vida en vez de dármela.
A que una fotografía se vuelva anónima de rostro.
Que los mapas sean refugios concéntricos.
Que lo silvestre se limite a un vacío relámpago.
Que las alas batan y no cambie el mundo.
Que el vino me quite lucidez entre desconocidos.
Que la hierba me cubra y me impida su aroma.
Debe haber mundos mejores.
Pero no es mi mundo.