Nací errante hasta que tu presencia se convirtió en mi estrella de referencia.
Hoy reinas en el espacio donde aspiro a ser príncipe de la gracia que emanas.
Tan solo quiero dormir al ritmo de tu respiración, al leve contacto de tu pecho.
El alba va orquestando la mañana y aun mi mente vuela dispersa entre tu pelo.
Ladeo mi cabeza como un depredador que enfoca el cuerpo que quiere devorar.
Me dejo llevar para recibir una intensa respuesta a mi ancestral embestida.
Y sonrío feliz. Lejano en la distancia. Y tan cercano a tu piel, como un escalofrío.
Un espejismo excitable que me posee y aviva la compulsiva locura que me corroe.
Un poema de suerte alterna. Un circo sobre hielo que regresa cada invierno.
Pasan los años y aun celebro nuestro primer día.
Aspiro la habitación y huele a hierba recién cortada.
Incrusto la cara en la almohada y siento tu esencia.
Desde ese día, nunca han habido ausencias en mi fe.
Nos deslizábamos entre riberas lejanas y olvidadas.
Sin velas que desplegar o con viento impracticable.
Nunca necesitamos estrellas que nos guiasen.
Ni proyectamos sombra donde no nos convenía.
Todo ha sido crédulo y sencillo al albor del amanecer.
Nunca tragamos arena ni aspiramos ceniza de naufragio.
Las páginas de los libros abanicaron nuestros ideales.
Hemos vivido sin grandes penas y sin hacer mucho ruido.
Sigues siendo el proyecto y el galardón de mi destino.
Fue tan importante conseguirte de entre tus sueños
que aun sigues gustándome después de conseguirlo.