Existe una trastienda en los confines del paraíso, cuya banda sonora se respira.
Una sombra sutil que rodea la estrella Polar, donde se vislumbra una sonrisa.
Una mítica ficción declamada al unísono por tus labios y la palma de mis manos.
Humanamente, eres sombra y eres viento que cimbrea a su antojo sobre el mar.
La hegemonía de todo lo que sueño y lo poco que soy capaz de disfrutarte.
Fui discípulo aventajado de tus noches e hijo de todas y cada una de tus ilusiones.
Un injerto de piel que vive convulso del latido que engendran las venas y tu sangre.
Un sistema nervioso destrozado por el ansía que genera la búsqueda de tus labios.
Una quimera frágil y etérea que respiro al despertar y me acuna sobre tu almohada.
Mil besos censurados capaces de renacer en el dobladillo de mi camisa de lino.
El tacto sobre la pátina de sal que el mar salpica a diario sobre nuestros pies.
Encuentros fugaces sobre una caravana de escalofríos que adormecían la tarde.
La única razón por la que mi alma viviría de rodillas, sin dejar de reconocerse.
La música que no se escucha, sino que te acompaña silente cuando vagas perdido.
Ese beso que revolotea entre el recuerdo y la realidad. Ese que nunca repetimos.
Ese que tuvo vida propia.
Que nos hablaba por separado
De ti y de mi.
De mi hacia ti.
Nos enseñó a amar.
Y casi a sobrevivir,