Tus labios gélidos en rojo carmesí
aun dolientes del placer de la fruta.
Mis labios cerca.
A dos centímetros escasos.
Tu mirada perpleja
por la intensidad del deseo.
Mis pupilas abiertas
Cual felino que fija su presa.
Mis manos se adelantan.
Se posan en tu festiva cintura.
Contoneando, se acomoda a la mía
y ahora el suelo recoge los cuerpos.
Una noche mágica.
Un dulce calor
emana del frío
rompiendo costuras.
siembra una estrella
Ante lo insulso y paradójico
me levanto en silencio.
Pero contundentemente
comienzo a sonreír.
Ante la locura y lo imprevisto
me rindo con pleitesía.
Pues lo diferente es lo nuevo
y la efervescencia del día.
Ante ti me postro con devoción, pues,
cuando mi ojos estaban inundados
tus brazos me dieron el calor suficiente
para erradicar mis penas hasta lo mas lejano.
Ante el infierno me postro de espaldas
porque aun en ese momento
me queda la esperanza
que siembres en mi una estrella.
Tallos desafiantes
Aun cuando las flores se marchitan
quedan sus tallos desafiantes.
Aun cuando el agua es turbia
no pierde su condición de vida.
Aun cuando un adiós parece firme
No es más que la sentencia de libertad.
el epicentro de tu vida
Cuando respiras
Lo necesitas tú.
Cuando besas
Lo deseas tú.
Cuando abrazas
Lo buscas tú.
Cuando vuelas
Mueves las alas tú.
Cuando vives.
Sueñas, ríes.
Saltas o corres.
Lo haces tú.
¿Entonces?
¿Por qué buscas
en los demás
la devolución
de tu eco?
Nunca serás algo
que surja de los demás.
Al contrario podrás estar
en el epicentro de tu vida.
En realidad te añoro
No hay suficiente cielo.
Ni estrellas.
Ni horizonte.
Ni tan siquiera tierra.
Existe un hoy,
regado de ayer.
Y ribeteado de azul
cuando aspiro tu piel.
Y existe la lluvia.
Que me da vida y empapa.
Y los rayos, truenos y tormentas
con los que, temblorosa, me abrazas.
Y voy viviendo.
Unos días al sol.
Otros a la sombra.
Aunque en realidad te añoro.
improntas que no comprendo
“Adueñarme de la carne.”
Esta frase es recurrente en mis sueños.
Por el que aspiro placer
bajo el santuario de tus brazos.
Un sentimiento esencial
en el borde que delimita
la satisfacción espiritual
y el apetito del alma.
Improntas que no comprendo.
Velando la deidad
que conforma tu espalda
sobre el vaivén del mar.
Entre el cimbreo de las alas
de una gaviota perdida,
El aroma desperdigado de a tarde
inunda un resuello silente y prohibido
No a las cadenas del corazón
Hay corazones.
Y los hay libres.
Hay cadenas.
Y las hay frágiles.
Hay miedo.
Y los hay efímero.
Hay distancia.
Y también sueño.
Hay mediocridad.
Y también color.
Hay seres.
Y también corazones.
Hay sufrimiento.
Y también liberación.
Hay un tú.
Y, para siempre, un yo.
No a las cadenas del corazón.
Ante las que me yergo.
Intolerante.
Y blasfemo.
Ungida de luna
Silencio.
Duerme.
Nada perturba
esta noche mágica.
No toco tu cuerpo
y sin embargo me quema.
Una chispa perdida
que la mirada refleja.
Ahí yaces.
Ungida de luna.
Ciega de placer.
Con la mirada huída.
No sé si Dios me escucha
Los mayores miedos
nacen de la anticipación
y no sé si Dios me escucha
pero necesito que lo hagas tú.
Puedes quedarte
con lo que quieras de mi espacio.
a condición que pueda seguir
mis sueños contigo alimentándolos.
ilusiones irrenunciables
Tengo un puñado de ilusiones irrenunciables
que se escapan entre los dedos.
Alocadamente se organizan en guerrillas
para conquistar tus cicatrices y confortarlas.
Llegaste exhausta.
Vacía de energía.
Incluso doblegada
a la conformidad.
Te recogí sin condición
temblando entre sabanas ajenas
Apresando el calor del crepitar nocturno
entre los desechos de horas perdidas.
Ahora, soy feliz sentado en mi sillón.
disfrutando tu nuevo plumaje,
Brillante y espléndido,
perseguido tan solo por mi mirada.
Aun así siempre dejo las ventanas abiertas.
Deseo que vueles por las cúpulas del mundo
para que sientas la brisa de frente
mientras enseñas al mundo tu espíritu renacido.